El desarrollo posible para nosotros, en su mayor parte, es potencial (Hes) en nosotros, lo que sea que queramos es hacerlo activo (Ahehia). Entonces, lo que también estamos buscando es esta no-manifestación, es decir, cada potencial (Hes) de nuestro propio desarrollo, para hacerlo activo (Ahehia) en nuestra mente, porque todos tenemos todo como potencial. Y ni siquiera sospechamos lo que es. Puede ser inmenso. Todo lo que buscamos es hacerlo activo en nosotros. Ese es el potencial espiritual (Hes) que tenemos. Que se active (Ahehia) en nuestra mente, como el estado de nuestra conciencia que es.
Entonces, tratamos de llegar a este momento y ver si de alguna manera podemos darnos cuenta de cuál es el misterio de la vida. Y si tenemos esto en cuenta cuando meditamos o mientras vivimos, al menos en un momento del día, o de algún día, todo lo demás deriva de los mismos aspectos que nos llegan en nuestra vida ordinaria.
Somos como una pequeña partícula, en una inmensidad, que se expande y luego se contrae. Por lo tanto, para conocernos a nosotros mismos, lo que tratamos de hacer es que nuestra conciencia tienda al menos a percibir lo que llamamos vida. Y que está más allá de cualquier teoría, de cualquier filosofía, de cualquier teología, y está de acuerdo con lo que se puede percibir de manera directa. Y eso se expresa en nosotros a través de la chispa de consciencia que tenemos, en este cuerpo que nos sirve para llevarla y amplificarla. Eso sí, y da la impresión de que, sin el cuerpo, sería muy difícil extenderlo hasta el punto al que hemos llegado, y si no fuera por el cerebro que tenemos.
La vocación que tenemos es de desarrollo. Y de acuerdo con lo que nos enseñó Don Santiago en sus últimos años, para desarrollarnos, tenemos que renunciar. Es decir, no se trata de dimisiones. Está en la enseñanza que, en este momento, lo que debemos hacer para seguir desarrollándonos es renunciar. Para nosotros, y para la sociedad, este es el camino. Por supuesto, no se trata de renunciar como nosotros que dedicamos nuestra vida a un trabajo, sino de esta actitud de ser libres, hagamos lo que hagamos y sigamos haciendo. No para dejar de hacer nada, sino para hacer lo mejor que podamos. Es decir, este es el alcance de la renuncia.
Vivimos en una madeja de hilos, pero también vivimos en un caparazón. Cuando creemos que ya sabemos cómo son las cosas, consolidamos opiniones muy fuertes sobre lo que es bueno y lo que está mal, lo que es esto y lo que es aquello. Es como un huevo con una cáscara muy dura y el pollito no sale. Y si el pollito no sale, tenemos que incubar el huevo. Pero tenemos que querer hacerlo.
Y muchos de nosotros ni siquiera queremos saberlo, no queremos darnos cuenta. Por ejemplo, es fácil darse cuenta de que tenemos que trabajar para ganarnos la vida, pero muchos no quieren darse cuenta y que el otro trabaje. Pero no es porque no lo sepan, es porque no quieren aceptarlo. En su opinión, esta no es una opción. Y si lo haces, te sentirás como un prisionero. Y no es que no puedan entender, sino que no quieren entender.
Y nosotros, que tenemos vocación espiritual, sabemos que podemos ir un poco más allá, pero tenemos que querer. Tenemos que quererlo. Todos, sin importar lo avanzados que estemos, tenemos un caparazón que romper. No estamos exentos de eso, porque cuando llegamos, nos sentimos cómodos. Sabemos cómo somos, cómo son más o menos las cosas, conocemos las rutinas, pero obligamos al pollito, rompemos, rompemos el huevo para su vuelo. Tenemos que estar dispuestos a ser conscientes.
En nuestra mente sabemos lo que está bien, sabemos lo que tendríamos que hacer para quererlo, pero aún no queremos darnos cuenta. O no tenemos la fuerza para darnos cuenta y ver un poco de nuestro estado de conciencia. Es que estamos empantanados en nuestras propias melodías, en una amplitud de visión que tristemente limitamos a muy poco, en muchos casos.
Por mucho que nos vean, por mucho que los demás crean, que sabemos mucho, que somos tan grandes... No. Todos tenemos nuestras melodías. Y tenemos que querer salir, abrirnos paso, tener un horizonte más grande. Aunque sea un poco más grande. Aunque sea un poco más grande. La felicidad que nos da este poquito más es tan grande y esta felicidad que podemos irradiar es tan buena, que vale la pena hacer un agujero en el huevo.
Entonces, tratamos de llegar a este momento y ver si de alguna manera podemos darnos cuenta de cuál es el misterio de la vida. Y si tenemos esto en cuenta cuando meditamos o mientras vivimos, al menos en un momento del día, o de algún día, todo lo demás deriva de los mismos aspectos que nos llegan en nuestra vida ordinaria.
Somos como una pequeña partícula, en una inmensidad, que se expande y luego se contrae. Por lo tanto, para conocernos a nosotros mismos, lo que tratamos de hacer es que nuestra conciencia tienda al menos a percibir lo que llamamos vida. Y que está más allá de cualquier teoría, de cualquier filosofía, de cualquier teología, y está de acuerdo con lo que se puede percibir de manera directa. Y eso se expresa en nosotros a través de la chispa de consciencia que tenemos, en este cuerpo que nos sirve para llevarla y amplificarla. Eso sí, y da la impresión de que, sin el cuerpo, sería muy difícil extenderlo hasta el punto al que hemos llegado, y si no fuera por el cerebro que tenemos.
La vocación que tenemos es de desarrollo. Y de acuerdo con lo que nos enseñó Don Santiago en sus últimos años, para desarrollarnos, tenemos que renunciar. Es decir, no se trata de dimisiones. Está en la enseñanza que, en este momento, lo que debemos hacer para seguir desarrollándonos es renunciar. Para nosotros, y para la sociedad, este es el camino. Por supuesto, no se trata de renunciar como nosotros que dedicamos nuestra vida a un trabajo, sino de esta actitud de ser libres, hagamos lo que hagamos y sigamos haciendo. No para dejar de hacer nada, sino para hacer lo mejor que podamos. Es decir, este es el alcance de la renuncia.
Vivimos en una madeja de hilos, pero también vivimos en un caparazón. Cuando creemos que ya sabemos cómo son las cosas, consolidamos opiniones muy fuertes sobre lo que es bueno y lo que está mal, lo que es esto y lo que es aquello. Es como un huevo con una cáscara muy dura y el pollito no sale. Y si el pollito no sale, tenemos que incubar el huevo. Pero tenemos que querer hacerlo.
Y muchos de nosotros ni siquiera queremos saberlo, no queremos darnos cuenta. Por ejemplo, es fácil darse cuenta de que tenemos que trabajar para ganarnos la vida, pero muchos no quieren darse cuenta y que el otro trabaje. Pero no es porque no lo sepan, es porque no quieren aceptarlo. En su opinión, esta no es una opción. Y si lo haces, te sentirás como un prisionero. Y no es que no puedan entender, sino que no quieren entender.
Y nosotros, que tenemos vocación espiritual, sabemos que podemos ir un poco más allá, pero tenemos que querer. Tenemos que quererlo. Todos, sin importar lo avanzados que estemos, tenemos un caparazón que romper. No estamos exentos de eso, porque cuando llegamos, nos sentimos cómodos. Sabemos cómo somos, cómo son más o menos las cosas, conocemos las rutinas, pero obligamos al pollito, rompemos, rompemos el huevo para su vuelo. Tenemos que estar dispuestos a ser conscientes.
En nuestra mente sabemos lo que está bien, sabemos lo que tendríamos que hacer para quererlo, pero aún no queremos darnos cuenta. O no tenemos la fuerza para darnos cuenta y ver un poco de nuestro estado de conciencia. Es que estamos empantanados en nuestras propias melodías, en una amplitud de visión que tristemente limitamos a muy poco, en muchos casos.
Por mucho que nos vean, por mucho que los demás crean, que sabemos mucho, que somos tan grandes... No. Todos tenemos nuestras melodías. Y tenemos que querer salir, abrirnos paso, tener un horizonte más grande. Aunque sea un poco más grande. Aunque sea un poco más grande. La felicidad que nos da este poquito más es tan grande y esta felicidad que podemos irradiar es tan buena, que vale la pena hacer un agujero en el huevo.