Cafh | La Primera Parte del Ceremonial Dorado

Publicado el 19/05/2025
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La experiencia íntima y profunda de lo divino, que se entiende como la mística, ha presentado varios matices a lo largo de la ancestralidad de nuestra humanidad en construcción. Desde la antigüedad egipcia, los sacerdotes enmarcaban este proceso de manera simbólica, haciendo que el aspirante pasara por las cuatro pruebas que correspondían a los cuatro elementos que daban forma a la creación entendida hasta entonces. Así ocurría también en Eleusis, una región de Grecia, cercana a la actual Atenas, en donde las celebraciones de sus antiguos Misterios, ligados al culto a Deméter, reproducían estas pruebas en un proceso marcado por el silencio. No por el secreto en sí, sino por la gran dificultad de explicarlas a quienes no las habían experimentado. Incluso en el cristianismo estos elementos simbólicos se integraron en la vestimenta y las profesiones religiosas.
Las antiguas Órdenes Esotéricas consideraban estas ceremonias como superfluas, porque creían que era inútil repetirlas visiblemente, ya que sólo pueden participar los que están preparados para ellas, pero siempre en los mundos astrales.
Estas pruebas asociadas a los cuatro elementos, tierra, aire, agua y fuego, integran primera parte del Ceremonial Dorado, y se refieren a las cuatro pruebas que se deben superar para que el viandante llegue a las puertas del Templo, donde será consagrado Caballero de la Eternidad.
Las cuatro pruebas están simbolizadas por los cuatro caballeros que custodian la entrada a los planos superiores. Son semejantes a los Jinetes del Apocalipsis, al espectro del umbral de Zanoni, a las terribles fieras que custodian la entrada a la Edda Escandinava; En una palabra, son esos principios elementales que mantienen, conducen, gobiernan y destruyen la vida física: la pasión, la incertidumbre, el temor y la separatividad.
La primera prueba, la de la tierra, corresponde al renacimiento de las pasiones. El aspirante casi se las olvidó. A veces, pasan años sin dar señales de vida. Pero un día, de repente, saltan afuera y, esta vez, transformados en fieras terribles. Este retorno de las pasiones al ser, ley inevitable de consecuencias que la carne debe al depósito material que la formó, parece adormecer a los buscadores del camino. Como animalitos domésticos, los instintos se ahuyentan a los rayos de los primeros conocimientos, de las primeras vislumbres, a las primeras victorias.
Si ya está acostumbrado a los planos astrales, el buscador debe pasar por el gran y terrible pantano astral. El pie, inseguro, se hunde a cada paso; Terribles monstruos pululan por allí, como si esperaran, ansiosos, devorar al viandante. Pero si los Maestros le permiten llegar allí, es porque saben que podrá cruzar incólume. La repugnancia por la materialidad en su forma astral, sin velos, mata las pasiones, una a una. Cuando llegue a la orilla opuesta, el instinto no volverá a dominarlo.
La segunda prueba es la prueba del aire. Para llegar al Templo hay que subir las escaleras invisibles que conducen a él. Aquí, el cuerpo del viandante tendrá que acostumbrarse a la cuarta dimensión. De repente, su cuerpo, aterradoramente, adquiere inmensas dimensiones y disminuye rápidamente, hasta dar la impresión de desaparecer. Además, las escaleras místicas se presentan en forma de cuerdas colgantes y sin puntos de apoyo. La incertidumbre es asombrosa. Le parece, continuamente, que desde allí se sumergirá en el abismo, permaneciendo suspendido, hasta que comprenda que allí no hay vacío. A medida que se eleva, el huracán se desata. El huracán es una imagen del paso de un estado astral a otro superior.
La tercera prueba es la del agua; la del temor. Antes de llegar al Monte Sagrado, debe cruzar el lago que lo rodea; Allí, nadar de nada valle, porque el valor está en el ejercicio de nadar. Cuando la imponencia del monte embarga el alma, el temor vence y el cuerpo astral siente que se hunde en un agua que no se ahoga, sino que hiela y paraliza todas las percepciones. Maestros y Protectores Invisibles siempre acompañan a los candidatos en estas pruebas, de lo contrario, difícilmente podrían los muy adelantados pasarlas. El temor es el enemigo mortal del ser humano y hasta que no esté plenamente vencido no se puede pensar en llegar muy lejos.
La cuarta prueba de esta primera parte del Ceremonial Dorado es la del fuego. Piénsense un instante en uno que soñó toda su vida lograr un ideal y, llega a la víspera de alcanzarlo, y sólo entonces comprende que, únicamente con la muerte, lo logrará definitivamente. El Templo está rodeado de inextinguibles llamas. Por allí, no pasarán incólumes los caballeros; sólo "el Caballero". Inútilmente buscó para él la realización. La realización está más allá de la personalidad. Todo concepto de separatividad será borrado si se quiere pasar por ese fuego que todo lo destruye, todo lo consume, excepto el Espíritu, la Unidad.