Cafh | Luces de una Luna Nueva

Publicado el 14/03/2024
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En el simbolismo de Cafh, el año tiene un ciclo que está marcado por cuatro ceremonias, de la misma manera que se distinguen cuatro estaciones y, en cierta medida, coinciden con ellas.
Entre estas ceremonias se encuentra el Veintiocho de Luna de febrero, que es el inicio del ciclo anual, con la reapertura del Libro de la Madre, es decir, el inicio de los encuentros y cuando recibimos la Misión Anual. Es el momento del trabajo, el esfuerzo y el estudio.
Esta fecha corresponde a la Luna Nueva, que ocurre 28 días después de la Luna Nueva de febrero, unas dos semanas antes del equinoccio de primavera en el hemisferio norte, correspondiente al equinoccio de otoño en el hemisferio sur.
Quizás uno de los hábitos más ancestrales de nuestra humanidad sea mirar al cielo. Especialmente el cielo nocturno, con una variación tan amplia de signos, de estrellas, de fases de la luna... Y luego, en esta inmensidad, tratar de encontrar respuestas y soluciones para nuestra propia existencia.
Si hoy en día es fácil acomodar este proceso en el ámbito de las supersticiones y de las creencias, es importante recordar que en un momento determinado era todo el conocimiento que teníamos y era la única forma de explicar lo que sucedía diariamente en nuestras vidas.
Pero las estrellas y las señales no fueron los únicos eventos que vinieron de los cielos. Los rayos dejaron huellas de fuego en la Tierra y, hace unos 2 millones de años, nuestros antepasados, el Homo erectus, aprendieron a controlar este fuego generado por los rayos, iniciando lo que hoy conocemos como humanidad.
El fuego no sólo alteró nuestra alimentación. Movió a toda la humanidad hacia hábitos más sociales, ampliando el desarrollo del lenguaje por necesidades comunicativas, permitiendo la creación de grupos humanos más sedentarios.
El fuego fue el responsable de la fusión de los elementos y permitió el desarrollo de la metalurgia, lanzando a la humanidad de la edad de piedra a la edad de los metales, que abrió la puerta al establecimiento de la agricultura.
En esta época, había una profunda identificación con el elemento solar que calentaba la Tierra y también producía el deshielo y el retorno a la vida justo después del invierno. Esto generó un vínculo entre el Sol, las entrañas de la Tierra y el fuego que ocupaba un lugar sagrado, mientras la humanidad percibía el ritmo que se marcaba en la naturaleza a lo largo de las estaciones del año.
Trayendo estos acontecimientos al momento actual, en el que sabemos que ya no ocupamos un lugar en el mundo plano y que todos estos fenómenos fueron observados inicialmente en un punto del hemisferio norte, podríamos preguntarnos:
Ante tanto avance tecnológico, personal y colectivo, ¿qué sentido tendría recordar algo tan ancestral, tan antiguo en la humanidad, que se remonta al período neolítico del desarrollo humano, hace aproximadamente 20.000 años, cuando acabábamos de salir de la última gran glaciación?
Por supuesto que no se trata de lunas, ni de soles, ni de estrellas, sino de lo que han significado para nosotros como humanidad. Seguro que ya no tenemos miedo de que el sol no salga, de que el invierno no se derrita, de que la Tierra no se recaliente y vuelva a producir los alimentos que necesitamos. Pero es un momento que marca la celebración de la vida.
Celebramos el tiempo que ya se ha cumplido y dejamos ir.
Celebramos el tiempo en el que estamos y lo hacemos florecer.
También celebramos el tiempo que está por venir, abriéndonos a lo nuevo para lograr lo que se necesita, o sea, a su debido tiempo y según la necesidad.
Nos unimos a todos los que participaron en este proceso de construcción de la humanidad, que se está llevando a cabo desde hace más de 2 millones de años, y les damos las gracias por los caminos que no necesitamos volver a recorrer
Es un momento en el que se abre el gran libro de la vida, el Libro de la Madre. Si antes se lo asociaba a una diosa, hoy representa para nosotros la celebración del nuevo comienzo, de reiniciar el proceso mediante la apertura de una nueva fase, de la experiencia concreta de lo Sagrado en la vida.