Salgo por un momento del pequeño reducto de mi mundo, de mi espacio y de mi tiempo, de mi seguridad. Suspendo mis juicios, mis ideas. Con mi imaginación, me lanzo por un instante al espacio infinito de la Conciencia. Como un ave se lanza en vuelo desde la cima de una montaña.
En ese vuelo, me alejo más y más, y veo que mi historia es un pequeño eslabón en la línea del tiempo que une todos los eventos desde incontables eones.
Entonces, percibo la corriente, la dirección en la que se mueve la Conciencia. Miro el río de la vida, el río de mi vida. Veo que todos los ríos se dirigen, más tarde o más temprano, al mar de la Conciencia.
Percibo que soy parte de esa corriente que mueve la evolución.
Siento en mí ese impulso primario de la Conciencia que busca completarse. Me muevo en el fluir de esa Conciencia.
La Conciencia es Una. Es la Energía de todo lo que existe, es la Inteligencia y Esencia del Universo.
Soy una partícula de esa Conciencia. Soy el misterio en la forma de un individuo con identidad propia, con voluntad.
En ese misterio que soy está la Gran Constante de lo Desconocido. Lo desconocido, siempre presente en mi vida, es Dios mismo.
Me sumerjo en lo desconocido como en una fuente de aguas cristalinas. Me purifico de todo lo que creo, de todo lo que sé, de todo lo que espero.
Y allí estoy, en el silencio, dónde solo transcurre el presente.
El futuro está en manos de la Divina Madre. Yo solo tejo este punto en la trama del tiempo, este instante. Y marco un rumbo, marco un surco en la Conciencia.
Confío, confío, confío. Me suelto. Navego lo desconocido, sin miedo o con él. Me suelto.
Detrás del miedo está la fuerza de transformación. La transformación es evolución y la evolución es esperanza para la Humanidad.
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