No hay sentimiento más universal que el amor. El amor nos lleva a vivir en virtud del bien común y a trabajar para que nuestra relación con el prójimo sea fuente de bienestar. Pero el amor no crece solo. Es un bien que se cultiva a través de la más noble expresión de la voluntad. De las innúmeras formas que toma la voluntad, la más elevada es el amor, ya que siempre beneficia, fortalece, reconforta.
Es así como la expansión de nuestra conciencia, de nuestro desenvolvimiento interior, nos dirige, paso a paso, hacia amar por amar; más allá de buscar una compensación, vivimos con plenitud por el simple hecho de amar.
Aprendemos a amar a todos por igual, trascendiendo las diferencias, porque percibimos la chispa
divina que los anima. Desde lo más profundo de nuestro ser comprendemos lo que cada persona es: un ser humano, con infinitas posibilidades. Ya no nos determina su comportamiento para percibir lo que un alma es. Entendemos que ese comportamiento es cambiable, modificable y producto de circunstancias y elecciones, algunas quizá erradas por ignorancia.
Cuando ese amor que no hace diferencias se vuelca en un ser, se da la verdadera amistad, aquella que no varía con las circunstancias, porque no espera nada del ser amado y solo busca darse. No hay obstáculo, característica o duda que interfiera en el libre fluir de nuestro amor.
La amistad es uno de los frutos de esta forma de trabajar, la amistad espiritual que, para nosotros, es una de las formas más elevadas del amor. Porque un amigo es alguien que acepta incondicionalmente, que es invariable, que siempre está allí en las buenas y en las malas situaciones, incluso en la vida y en la muerte. Por esto, celebramos en esta hermosa oportunidad, la amistad que nos une, ese vínculo, ese suave vínculo que nos une y nos da fuerzas para seguir adelante y que, además, tiene como un perfume que es lo que perciben las personas que también están en una búsqueda espiritual como la nuestra.
Es así como la expansión de nuestra conciencia, de nuestro desenvolvimiento interior, nos dirige, paso a paso, hacia amar por amar; más allá de buscar una compensación, vivimos con plenitud por el simple hecho de amar.
Aprendemos a amar a todos por igual, trascendiendo las diferencias, porque percibimos la chispa
divina que los anima. Desde lo más profundo de nuestro ser comprendemos lo que cada persona es: un ser humano, con infinitas posibilidades. Ya no nos determina su comportamiento para percibir lo que un alma es. Entendemos que ese comportamiento es cambiable, modificable y producto de circunstancias y elecciones, algunas quizá erradas por ignorancia.
Cuando ese amor que no hace diferencias se vuelca en un ser, se da la verdadera amistad, aquella que no varía con las circunstancias, porque no espera nada del ser amado y solo busca darse. No hay obstáculo, característica o duda que interfiera en el libre fluir de nuestro amor.
La amistad es uno de los frutos de esta forma de trabajar, la amistad espiritual que, para nosotros, es una de las formas más elevadas del amor. Porque un amigo es alguien que acepta incondicionalmente, que es invariable, que siempre está allí en las buenas y en las malas situaciones, incluso en la vida y en la muerte. Por esto, celebramos en esta hermosa oportunidad, la amistad que nos une, ese vínculo, ese suave vínculo que nos une y nos da fuerzas para seguir adelante y que, además, tiene como un perfume que es lo que perciben las personas que también están en una búsqueda espiritual como la nuestra.